El Mérito de la Bailarina
Mucho se ha dicho del Ballet: que es poesía en movimiento; arte vivo...
Otro tanto se ha dicho de las bailarinas, pero difícilmente se llega a apreciar el verdadero mérito que les corresponde.
No hay mucho que criticar del buen Ballet, pues pocas cosas son capaces de reunir en un solo espectáculo lo mejor de la música, las artes visuales, y la danza madre.
Tal vez las historias sean simples y trilladas, pero nunca nos cansamos de ellas. Para entenderlas basta con saber los principales símbolos de la mímica: manos al corazón para indicar amor; manos cruzadas para advertir de la muerte; y todo esto unido bajo lo más importante: manos girando sobre la cabeza que invitan a la danza.
Amar, Morir y Bailar: de eso nos habla el Ballet, pero más allá de las historias que representa, estas acciones son la esencia misma del Ballet.
Se baila como en ninguna otra parte. Al ballet se le deben dedicar, no solamente horas de practica diaria, sino años de ejercicio constante.
Al Ballet se le debe amar. Se siente el llamado desde la niñez, pues difícilmente se alcanzaría el mismo nivel de perfección cuando se trata de aprenderlo más tarde.
Este llamado, esta pasión es la que alimenta la carrera de la bailarina, es una pasión que consume, atrapa y encierra a quien la vive. Bailar se vuelve un ritual: inicia con una meticulosa preparación que va desde el vendaje de los pies, hasta el recogido del cabello.
Se baila con entrega, hasta llegar a un trance en el que el mundo desaparece y sólo existen los pasos y la música. Se vuelve algo inconsciente, un estilo de vida que se manifiesta a cada momento, en cada postura.
Es este amor lo único que les permite sonreír en el escenario, y es que de lejos no se nota, pero de cerca se alcanza a ver la fuerza que se requiere; el temblor de las piernas que llevan horas en punta.
Porque a una bailarina, a la imagen viva de la gracia, belleza y gentileza, no le está permitido sufrir en el escenario. Su mérito se basa en dar la ilusión de facilidad. Una bailarina se mueve como el aire; apenas parece esforzarse. Es como una hoja al viento que se mece al ritmo de un compás.
Es por eso que las bailarinas son seres únicos, merecedoras del respeto y admiración que con tanto trabajo se han ganado. Pocos son capaces de sonreír y realmente disfrutar lo que hacen, aunque en ese momento les estén sangrando los pies, rugiendo el estomago y rasgando las piernas.
Nosotros disfrutamos cómodamente de un par de horas de arte en cada función, como público que somos, no podemos ver lo que sucede tras bambalinas.
Y es que una obra de Ballet, una muerte del cisne, puede vivir por siempre en nuestra memoria, pero una bailarina no comparte esa inmortalidad. Una bailarina es el mejor ejemplo de sacrificio. Una bailarina ama su arte, al grado de dar la vida por él.
No se trata de morir frente a su público, al más puro estilo Giselle. La bailarina está comprometida a fondo, no piensa en ella misma y termina renunciando a su tiempo, juventud y salud por el arte. Da la vida por su pasión.
Las bailarinas se sacrifican para darnos aquella probada de perfección; para alimentar nuestra idea de que lo bello y perfecto puede estar a nuestro alcance. Por ello les digo gracias, por ello les aplaudo y reconozco su mérito. Porque sin bailarinas, no habría Ballet.
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