Al borde del precipicio

Tal vez estén familiarizados con esa sensación de vértigo que nos llena el estómago al asomarnos por la orilla de un precipicio, la azotea de un edificio muy alto o justo antes del primer día de clases. 

En este momento creo que estoy experimentando algo similar, pero en vez de saltar por la tirolesa con un arnés sujetándome de la cintura, estoy tratando de empezar mi tarea del Taller de Novela. En realidad no corro peligro de muerte y lo peor que pudiera pasar sería reprobar la materia, pero ese no es el punto. 

El punto es que por primera vez en veinte años debo de tomar muy en serio mis ideas locas para una novela. No se trata de analizar lo que otros genios de la Literatura escribieron hace cien años; tampoco se trata de escribir un cuento o guión corto para algún concurso. La idea es pensar seriamente en un proyecto a largo plazo que pudiera culminar en una publicación. 

Puedo pasar horas leyendo distintas versiones de historias clásicas o comparando el tratamiento de los mismos personajes, en diferentes adapataciones. Es lo que me gusta, es lo que me apasiona, pero me aterra la idea de tomarme en serio una historia propia. 

Se vale jugar con personajes ajenos en nuestra cabeza, pero el momento en que debo crear una vida ficticia, me detengo. Siento que mi propuesta no será tan buena, que alguien más ya lo escribió mejor o que mis personajes terminarán siendo una pila de clichés.

¿Se dan cuenta de lo ridículo que es pensar así? No es como cuando alguien se dedica a buscarle cientos de significados al nuevo estado de Facebook de la persona que le gusta. Voy a trabajar en mi propio universo, con personajes que nadie conocerá mejor que yo. 

El único crítico que no me deja comenzar es mi propia consciencia. Supongo que eso es bueno, pues la mayoría de los escritores que hablan de su trabajo comparten un miedo similar, pero se vuelve patético cuando ese mismo miedo ni siquiera te deja comenzar a escribir. 

La idea es tirar por la borda ese bloqueo mental que apaga mi imaginación con excusas patéticas. Las críticas de mis compañeros no van a afectar mi carrera profesional, al contrario, enriquecen el proyecto que vaya a trabajar. 

Tengo estos días para sentarme a jugar a escribir. A jugar que mis personajes vivirán fuera de mi cabeza; jugar a quejarme de lo cansado que es escribir en la madrugada. 

Tengo un semestre para jugar a ser novelista y más vale que lo aproveche. El timpo dirá que tan en serio se puede volver ese juego, pero por ahora se trata de disfrutar el momento y la carrera donde mis hobbies están programados en el plan de estudios. 

Me retiro a encontrar una esquina cómoda para juntar todas mis notas dispersas. Hay un rompecabezas en mi mente que necesito ordenar en esta semana y si alguien pregunta por qué estoy perdiendo tanto tiempo con la mirada en el infinito, es tarea. 

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